Reportaje

OPINIÓN: El VIH y las drogas: dos epidemias, una estrategia combinada

20 de abril de 2009

Escrito por Michel Sidibé, director ejecutivo del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) Ginebra, Suiza.

(Este artículo también apareció en el Bangkok Post el 20 de abril de 2009)

En el centro Mitsamphan de Bangkok, especializado en la reducción de daños relacionados con el consumo de drogas, los usuarios de drogas pueden conseguir agujas esterilizadas, preservativos y asesoramiento. Poder acceder a estos servicios les permite protegerse del VIH, cuidar su salud y llevar una vida activa. El centro, dirigido por miembros de la comunidad entre los que se encuentran antiguos consumidores de drogas, ha ayudado a devolver la dignidad y la esperanza a muchas personas. Gracias a los muchos centros como éste que existen en todo el mundo se está consiguiendo detener el número de nuevas infecciones entre los usuarios de drogas. Este hecho no ha sorprendido a los delegados que han acudido a la 20ª conferencia internacional sobre la reducción de daños, celebrada esta semana en Bangkok. Pero para la mayoría de los responsables de formular políticas en los programas nacionales para las drogas, el término “reducción de daños” implica silencio y controversia. No obstante, existen 16 millones de personas en el mundo que consumen drogas inyectables, de las que se estima que 3 millones viven con el VIH, por lo que el silencio no es una opción.

Los programas nacionales para el control de drogas y los del VIH deben trabajar en colaboración, basando su labor en pruebas y en el respeto a los derechos humanos. El problema de las drogas es complejo, pero no cabe duda de que los usuarios de drogas inyectables, igual que los demás, tienen derecho a que se respeten sus derechos. La experiencia ha demostrado que los programas de reducción de daños salvan vidas. Son muchos los países que todavía no facilitan el acceso a los servicios de reducción de daños, lo que está acabando con la vida de tantas personas como las propias drogas.

Desgraciadamente, en el 52º periodo de sesiones de la Comisión de Estupefacientes, celebrado en marzo de este año, se desaprovechó la oportunidad de adoptar un compromiso político para abordar la reducción de daños de manera integral. No obstante, los estados miembro ya se habían comprometido a acelerar el acceso a las iniciativas de reducción de daños relacionadas con el consumo de drogas en la Declaración política sobre el VIH/Sida, adoptada en la Reunión de alto nivel de las Naciones Unidas sobre el sida de 2006.

Pero, ¿por qué las autoridades que luchan contra las drogas se oponen a las medidas de reducción de daños? Los programas de reducción de daños incluyen acceso a equipos de inyección esterilizados, terapias de sustitución con opiáceos, y difusión de información en las comunidades. Son los medios más rentables a la hora de reducir los comportamientos de riesgo relacionados con el VIH. No solo evitan la transmisión del VIH, sino también de la hepatitis C y de otros virus que se transmiten por la sangre. En Australia, las ganancias en las inversiones de una década de programas de intercambio de agujas y jeringas se calculan en US$ 1,500 millones. En Ucrania, por sólo $0,10 céntimos al día un usuario de drogas puede acceder a servicios de reducción de daños integrales que le protejan del VIH.

Los países que han adoptado medidas integrales para hacer frente al VIH y al consumo de drogas han experimentado un descenso de la propagación del virus entre los usuarios de drogas inyectables. Este es el caso de Australia, Reino Unido, Francia, Italia, España y Brasil, así como de algunas ciudades de Bangladesh, la Federación de Rusia y Ucrania.

Podemos evitar que los usuarios de drogas se infecten por el VIH. China está cumpliendo con su parte. En 2004, solo existían 50 programas de agujas y jeringas. Hoy existen más de mil programas en todas las provincias prioritarias. Si se consiguen los objetivos del acceso universal para 2010, cerca de 10 millones de usuarios de drogas podrán acceder a estos programas en todo el mundo.

La reducción de daños no es un obstáculo para conseguir un mundo libre de drogas. Las autoridades responsables de la lucha contra las drogas no deben temer que aumente su consumo solo por el hecho de que las personas se intenten proteger del VIH y reducir su drogodependencia.

No hay pruebas que demuestren que los servicios de reducción de daños animen a más personas a consumir drogas. Tampoco hay pruebas de que los que ya son usuarios de drogas aumenten o prolonguen su consumo. Al contrario que los inmensos beneficios de la reducción de daños, los enfoques judiciales por sí solos ayudan muy poco a reducir el consumo o los delitos relacionados con las drogas, y se asocian frecuentemente a violaciones graves de los derechos humanos, además de repercutir negativamente en la salud de los usuarios de drogas. Entre estos enfoques están los arrestos arbitrarios, las detenciones prolongadas, los registros de drogas obligatorios y el uso injustificado de la fuerza y el acoso por parte de las fuerzas del orden.

Muchas leyes contra las drogas consideran que poseer o distribuir agujas o jeringas esterilizadas es una infracción, y los opiáceos como la metadona y la buprenorfina se clasifican con ilegales a pesar de que la OMS los considera medicamentos esenciales.

Cuando se unen los esfuerzos judiciales con iniciativas de salud pública, los resultados son realmente buenos. Por ejemplo, en Gran Bretaña y en Australia, los equipos de acción antidrogas y la policía luchan contra los delitos y remiten acertadamente a los usuarios de drogas a los servicios de salud y bienestar.

Además, el Tribunal Supremo de Indonesia estableció que los usuarios de drogas no deberían ir a la cárcel sino seguir un tratamiento. Acceder a agujas esterilizadas no debe ser un delito. Tampoco debería serlo acceder a terapias de sustitución.

Debemos acabar con aquellas leyes que bloquean la respuesta al sida y a las drogas. El VIH y el consumo de drogas son dos epidemias, pero necesitan una estrategia combinada. No podemos permitirnos que sea la próxima generación la que tenga que reconciliar ambas iniciativas.