Opinion

No podemos permitir que la guerra en Ucrania paralice el tratamiento del VIH, la TB y la COVID-19 en Europa del Este

09 de marzo de 2022

Por Michel Kazatchkine — Este artículo se publicó originalmente en The Telegraph

No es ninguna sorpresa que la Organización Mundial de la Salud (OMS) esté pidiendo que oxígeno y suministros médicos esenciales lleguen de forma segura a quienes los necesitan en Ucrania, a la vez que está tratando de garantizar el buen tránsito de los envíos que pasan por Polonia. Pero esta petición tampoco es una novedad. Esto ya había ocurrido antes.

La anexión de Crimea por parte de Rusia y el conflicto en los óblast de Donetsk y Lugansk del este de Ucrania en 2014 pusieron en peligro el suministro de medicamentos para el VIH y la tuberculosis. A pesar de los enfrentamientos vividos durante los últimos ocho años, gracias a los precarios esfuerzos transfronterizos y a la financiación del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria fue posible evitar el desabastecimiento de los fármacos en los territorios separatistas. 

Cabe suponer que, si Rusia ocupa nuevos territorios de Ucrania, los retos para garantizar el acceso de las personas con tuberculosis y VIH a esos medicamentos serán igual de importantes y de alto riesgo o incluso imposibles.

Las autoridades separatistas del Dombás y la administración rusa en Crimea también interrumpieron bruscamente la terapia con agonistas opiáceos (TAO) para los usuarios de drogas inyectables, lo cual provocó mucho sufrimiento y muertes por sobredosis y suicidio.

Las ONG que trabajaban con las comunidades afectadas en el Dombás fueron clausuradas. Décadas de lucha contra el VIH y la tuberculosis nos han enseñado lo importantes que son la sociedad civil, el liderazgo comunitario y los derechos humanos para acabar con estas enfermedades.

La Federación de Rusia se niega a aceptar la TAO como una medida de reducción de daños que disminuye el riesgo de transmisión del VIH por compartir agujas.

En cambio, Ucrania es una importante defensora de la reducción de daños y cuenta con programas de TAO e intercambio de agujas. Esto es muy importante en Europa oriental y Asia central, donde aún se registra el crecimiento más rápido de la epidemia de VIH en el mundo.

En esta región, unas 1,6 millones de personas viven con el VIH (el 70 % en Rusia) y alrededor de 146 000 contraen la infección cada año. El consumo de drogas representa aproximadamente el 50 % de las nuevas infecciones, pero las relaciones sexuales sin protección se convertirán en la principal causa en los próximos años.

Sin embargo, Ucrania ha sido uno de los países de la región con más éxito a la hora de garantizar el acceso a los medicamentos antirretrovirales: 146 500 personas en el último año.

Estos logros peligraban antes de las hostilidades, ya que las restricciones de COVID-19 provocaron el descenso de una cuarta parte del total de personas que se sometieron a las pruebas en 2020. Las próximas semanas y meses de guerra harán que esta iniciativa se derrumbe por completo. 

Europa del Este también sigue siendo el epicentro mundial de la tuberculosis multirresistente. A pesar de los avances conseguidos en los últimos diez años, la prevalencia de la tuberculosis, los niveles de mortalidad y, sobre todo, la incidencia de la tuberculosis multirresistente siguen siendo elevados en Ucrania, que es el país con el segundo mayor número de casos de la región. 

La tuberculosis farmacorresistente representa alrededor del 27,9 % de los nuevos pacientes con tuberculosis y el 43,6 % de los pacientes tratados previamente, y el éxito del tratamiento de la tuberculosis multirresistente es de un 50 %.

Si en 2020 la COVID-19 redujo a la mitad la detección de casos, es posible que la actual guerra la elimine por completo.

A medida que los sistemas sanitarios se colapsan y los servicios de tratamiento y prevención se ven paralizados, la mortalidad por VIH, tuberculosis, tuberculosis multirresistente y COVID-19 aumentará rápidamente en Ucrania. Cientos de miles de personas han sido desplazadas internamente y en ciudades como Leópolis se están agotando los medicamentos y los suministros médicos.

Desafortunadamente, las consecuencias de la invasión no sólo afectarán a Ucrania: más de un millón de refugiados ya han huido para salvar sus vidas.  Esto tendrá consecuencias en las ciudades fronterizas y en zonas de Europa central, cuya respuesta a la tuberculosis, el VIH y, más recientemente, la COVID-19, ha sido deficiente.  

Las localidades y países vecinos tendrán que anticiparse y hacer frente a una avalancha de nuevas necesidades sanitarias. Estamos en una encrucijada: la cooperación y la solidaridad internacionales con Europa del Este no han sido protagonistas en la respuesta global a la pandemia durante los dos últimos años.

La llegada de los suministros sanitarios de la OMS y la apertura de un corredor seguro para el paso de refugiados son retazos de buenas noticias dentro de esta tragedia en curso, pero necesitamos mucho más.

Hay que proteger los sistemas e instalaciones sanitarios, los cuales deben ser funcionales, seguros y accesibles para todos los que necesitan servicios médicos esenciales, así como a los trabajadores de la salud.

Michel Kazatchkine es director de curso en el Graduate Institute for International Affairs and Development en Ginebra, Suiza, y antiguo enviado especial del secretario general de las Naciones Unidas y de ONUSIDA para el VIH y el sida en Europa oriental y Asia central. Anteriormente fue director ejecutivo del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria.