Reportaje

Desigualdades peligrosas y cómo hacerles frente

18 de noviembre de 2022

Grace Amodu tenía 7 años cuando descubrió que tenía el VIH.  Hasta entonces le habían dicho que tomara pastillas a diario para la malaria o el dolor de cabeza, pero llegó un punto en el que se hartó de la situación. Entre gritos y pataleos le dijo a su hermano que iba a dejar de tomar sus medicamentos y que necesitaba respuestas. Su madre le explicó en privado que había nacido con el VIH y que el tratamiento la mantendría sana como los demás niños.

Recuerda que lloraba mucho y no quería salir de casa.

Para evitar que la situación se saliese de control, su madre la animó a unirse a un grupo de apoyo y esto le cambió la vida.

Ahora tiene dos hijos libres de VIH, como ella misma dice con orgullo.  Tomar la medicación a la misma hora todos los días durante su embarazo y tras él significaba que no iba a transmitir el VIH a sus bebés.  “Cuando tomas la medicación se reduce la carga viral y, aunque temía que mis hijos tuvieran el VIH, los dos dieron negativo”.

Está muy agradecida con la sección nigeriana de la Comunidad Internacional de Mujeres viviendo con VIH (ICW, por sus siglas en inglés) por haberle dado esperanza y confianza.

“ICW fue una parte fundamental del proceso, estaban ahí para mí en un plano personal, todo el mundo me apoyaba, incluso la directora, Assumpta Reginald, fue como una madre para mí”, afirmó.  “Me cogía de la mano y me decía: 'Puedes hacerlo y puedes convertirte en una mejor persona'”.

A raíz de esto, Grace Amodu se ha convertido en activista del VIH y farmacéutica comunitaria.

“Vamos al hospital, conseguimos los medicamentos y se los damos a pacientes que quizás no pueden acceder a ellos porque viven lejos y no tienen manera de desplazarse o que, debido al estigma que hay en el hospital, no quieren venir a que las enfermeras y médicos les griten. Por ello les llevamos los medicamentos a sus casas”, explicó.

Más del 90 % de las personas que viven con el VIH en Nigeria toman medicamentos antirretrovirales, pero el estigma y la discriminación siguen estando muy presentes.

Para Grace la solución es muy simple, hay que informar adecuadamente sobre el VIH para evitar que se den este tipo de situaciones.

“La gente debe entender que ser seropositivo no te hace menos humano, que sigues siendo una persona y mereces los mismos derechos”, dijo la joven de 28 años.

Stella Ebeh sabe de primera mano lo que es el estigma. En 2004 empezó a hacer voluntariados para ayudar a personas que como ella viven con el VIH.  Después empezó a trabajar en un centro de salud y se convirtió en funcionaria de salud pública. A lo largo de los años ha atendido a más de 7000 pacientes y también se ha convertido en madre mentora (asesora y aconseja sobre el VIH a embarazadas) y en embajadora contra el estigma.

Está muy orgullosa de haber superado el estigma y, como ella misma dice, de “caminar sobre él”, pero le entristece no trabajar a tiempo completo.  “Las personas que viven con el VIH son muy competentes y, sin embargo, a menudo se nos pasa por alto. Trabajo muchísimo, pero no se ve reflejado en mis ingresos”, afirma.

Los pacientes entran y salen constantemente del centro de salud de Marabara, a las afueras de Abuya. Stella Ebeh termina de atender a un paciente y ya está entrando el siguiente. Se detiene un rato con una embarazada que también cocina en el centro de salud, Ngozi Blessing.

Ebeh insiste en que las embarazadas tomen todas las precauciones posibles para poder dar a luz a bebés sanos.  Su marido y sus cinco hijos son todos seronegativos en VIH.  Desafortunadamente, esto es un caso excepcional en Nigeria.

La transmisión vertical es del 25 % en el país, una cifra récord en la región. Se habla de transmisión vertical cuando la madre pasa el virus a su hijo durante el embarazo o la lactancia. 

El director nacional de ONUSIDA en Nigeria, Leopold Zekeng, considera que esta cifra es inaceptable.  Para él, es una prueba de las desigualdades existentes en el acceso a servicios de prevención.

En este sentido indicó: “Dos tercios de los 8 millones de mujeres que se quedan embarazadas cada año en Nigeria no tienen acceso a los servicios de prevención de la transmisión maternoinfantil del VIH durante la atención prenatal”.  

Por ello, Nigeria, organizaciones de la ONU y otros socios tienen como objetivo poner fin a la epidemia de sida en niños.

La doctora Akudo Ikpeazu, directora y coordinadora nacional del Programa Nacional de Control del Sida y de las ETS (NASCP, por sus siglas en inglés) declaró que en los dos últimos años han trabajado mucho. En primer lugar, para tratar de crear un mapa que señale dónde están dando a luz las mujeres y dónde están recibiendo atención prenatal, si es que la reciben.

Asimismo, añadió: “Muchas de ellas están en casas de partos, otras recurren a comadronas tradicionales y otras muchas dan a luz y reciben asistencia en sus casas. Por ello, nuestra nueva estrategia consiste en saber dónde están dando a luz, asegurarse de que reciben tratamiento y de que les podemos hacer pruebas. También debemos asegurar que pueden ser sometidas a tratamiento si lo necesitan para después poder decir que cada una de ellas ha recibido asistencia médica”.

En otras palabras, el lema que resume la estrategia de Nigeria es: encontrar a todas las madres, hacerles pruebas, darles tratamiento e informar de todo lo que ocurra en el proceso.

Una vez ataquemos el problema de la transmisión vertical, habrá menos niños a los que dar tratamiento.  La doctora Ikpeazu afirmó que Nigeria pretende poner en marcha un plan de aceleración para que más niños y adolescentes se sometan a tratamiento y lo mantengan en el tiempo.

Según Toyin Chukwuduzie, directora de la organización sin ánimo de lucro La Educación como Vacuna (EVA, por sus siglas en inglés), el VIH forma parte de un problema más grande.

De hecho, manifestó: “Vemos el número de embarazos no deseados que hay, la carga que supone el VIH (especialmente para las adolescentes) y también, la violencia sexual y de género que hay en nuestra sociedad. Todos estos problemas existen en la actualidad. Sin embargo, los adolescentes y jóvenes no cuentan con la información necesaria para tomar decisiones en entornos como escuelas, centros de salud o incluso hogares dónde hay otros adultos. Debido a esto, arrastran grandes carencias”.

Toyin Chukwuduzie, de 35 años, trabaja con jóvenes para compensar esas brechas educativas y apoyarles.   Está convencida de que una de las causas principales de estas carencias son las desigualdades, en concreto una de ellas.  

“Creo que la desigualdad de género es la base de muchas otras desigualdades. Por ello, si tuviera una varita mágica, esta sería la primera desigualdad que borraría del mapa, ya que es un gran obstáculo.  Reducir la desigualdad de género es clave para liberar el potencial de las mujeres y niñas de este país”.

Para reforzar su argumento, añadió que, a pesar de que todo el mundo insiste en que los jóvenes son el motor del futuro, “si no se les proporciona ese entorno seguro, si no están sanos y si sus sueños y ambiciones se ven frustrados, ¿cómo van a convertirse en el futuro que tanto deseamos?”.