Caribbean

El camino a la profilaxis previa a la exposición en Guyana

19 de enero de 2021

Este año, Guyana lanzará un exhaustivo plan relacionado con la profilaxis previa a la exposición (PPrE). El ministro de Sanidad de Guyana, Frank Anthony, anunció que la estrategia nacional se implementará en colaboración con las clínicas de todo el país y las organizaciones no gubernamentales.

«Queremos expandirnos y llegar cada vez a más gente para asegurarnos de que toda persona en riesgo de contraer el VIH tenga acceso a la PPrE», señala el Sr. Anthony. «Estamos convencidos de que, si implantamos un programa integral, lograremos evitar muchas infecciones».

Este movimiento es el culmen de años defendiendo e implementando una profilaxis previa a la exposición parcial. La política existente en materia de profilaxis previa a la exposición consiste en un programa solo para las parejas serodiscordantes, de manera que únicamente aquellas parejas en las que solo una persona está viviendo con el VIH han sido capaces de acceder a la PPrE a través del sistema de salud público, para evitar así la transmisión al otro miembro seronegativo.  

Desde el año 2015, la Organización Mundial de la Salud recomienda insistentemente que se ofrezca la PPrE «a todas las personas que corran un riesgo sustancial de contraer el VIH». Son varios los países que han dado prioridad en los programas de PPrE a los grupos de población clave, incluyéndose aquí los gais y otros hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, trabajadores sexuales y personas transgénero. En Guyana, en esos grupos también se concentra una mayor prevalencia del VIH: 8 % en el caso de las mujeres transgénero, 6 % entre trabajadores sexuales y 5 % entre gais y otros hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres.

El año pasado, la Sociedad contra la discriminación por motivo de la orientación sexual de Guyana (SASOD Guyana, por sus siglas en inglés) pasó de instar a un programa de PPrE más inclusivo a ofrecer el servicio ella misma. Para ello, el grupo se asoció con el centro Midway Specialty Care Centre, con la finalidad de salvar la brecha existente en el país respecto a la respuesta para la prevención del VIH.

«Queremos una prevención combinada para ganarle la batalla al sida», remarca Joel Simpson, gerente de SASOD Guyana. Gracias a su alianza con el sector privado y la sociedad civil, por primera vez los guyaneses, pertenezcan al grupo social que pertenezcan, fueron capaces de decidir si querían adherirse a la PPrE. El medicamento se vendía a los usuarios a precio de coste y quienes accedían al servicio a través de las organizaciones no gubernamentales no tenían que pagar  los gastos derivados de la consulta.  

Según los resultados arrojados por la evaluación que llevó a cabo SASOD Guyana en 2018 en colaboración con la International HIV y AIDS Alliance (ahora llamada Frontline AIDS) entre los gais y otros hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, y las personas transgénero, cuanto más sensibilizada está la población, mayor es el interés en adherirse a un tratamiento de PPrE. Sin embargo, de entre quienes participaron en el estudio, solo un 60 % estaba dispuesto a pagar por él.

«Necesitamos políticos y técnicos, para que todas nuestras decisiones estén respaldadas por la ciencia y la investigación. En algunas ocasiones nos hemos topado con cuestiones morales a la hora de establecer una política pública», reflexiona el Sr. Simpson. «No se trata de si perteneces o no a un determinado grupo de población. Hay que responder a la realidad que vivimos y tratar de reducir los riesgos».

Los resultados del programa de Guyana en materia de VIH se sitúan entre los mejores de la región del Caribe. El país sobrepasó el objetivo para 2020 en lo referente a las pruebas de detección del VIH, con un 94 % de personas que viven con el VIH diagnosticadas en el año 2019. Un 73 % de las personas que conocían su estado serológico estaba en tratamiento. De ellas, el 87 % logró suprimir su carga viral. En los últimos 20 años, las nuevas infecciones por el VIH se han reducido a la mitad en América del Sur.

«Se han logrado muchos avances en lo referente al tratamiento para el VIH, y no solo para las personas que viven con el VIH. Para salvar las brechas y garantizar que nadie quede atrás, es fundamental implementar completamente las mejores prácticas relacionadas con la prevención y el tratamiento», afirma Michel de Groulard, director nacional adjunto de ONUSIDA para Guyana y Suriname. «Precisamente por eso nos congratula el enfoque que se está adoptando desde el Ministerio de Sanidad este año para garantizar que la PPrE esté disponible para todas las personas que la necesitan. Ya tenemos a nuestro alcance las herramientas necesarias para acabar con el sida. Ahora lo que debemos hacer es usarlas».

La primera estrategia transgénero de Jamaica que va más allá de la salud

08 de enero de 2021

Imaginemos un sistema de atención sanitaria que no nos tuviera en cuenta como personas y que pasara por alto todas nuestras necesidades particulares. Las enfermeras no nos plantearían preguntas que son importantes. Los médicos subestimarían e ignorarían las soluciones que verdaderamente necesitamos. Nos sentiríamos mal recibidos, indeseados.

Pues justo esa ha sido siempre la realidad de las personas transgénero en Jamaica. Sin embargo, una nueva estrategia parece introducir un gran cambio.

Con el apoyo de ONUSIDA y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), Transwave Jamaica ha lanzado la Estrategia de salud nacional no convencional para la transexualidad y el ge´nero, la primera de este tipo en las regiones caribeñas angloparlantes. Este plan de cinco años es una hoja de ruta basada en los derechos humanos que nos indica de qué manera se puede mejorar la salud y el bienestar de las personas transgénero. Lejos de reducirse únicamente a las recomendaciones para el sistema sanitario, presenta los cambios estructurales y sociales necesarios para lograr un acceso igualitario a los servicios y las oportunidades para la comunidad transgénero.

«Demasiadas personas transgénero se quedan en casa y aguantan el sufrimiento, mientras que otras optan por cambiar quienes son para poder así acceder a los espacios públicos de atención sanitaria», apunta Renae Green, directora adjunta de políticas y promoción de TransWave. «Necesitamos mejoras en los servicios básicos, incluyéndose aquí el apoyo psicosocial. Y necesitamos que las personas transgénero puedan acceder a los servicios sanitarios públicos siendo ellas mismas».

Mediante el Sobre nacional para Jamaica del Marco Unificado de Presupuesto, Resultados y Rendición de Cuentas, ONUSIDA aunó esfuerzos con el UNFPA para apoyar un sólido proceso de un año de duración vinculado con la investigación, el compromiso de la comunidad y el desarrollo de una estrategia, incluyéndose aquí un marco de supervisión y evaluación. El proceso de desarrollo de la estrategia fue informado por un comité directivo multisectorial compuesto por organizaciones de la sociedad civil, socios de cooperación internacional y autoridades gubernamentales.

El VIH es la gran prioridad para la comunidad transgénero de Jamaica. Alrededor del 50 % de las mujeres transgénero participantes en dos estudios recientes estaban viviendo con el VIH. Sin embargo, existen otras preocupaciones urgentes. De acuerdo con los resultados de dos encuestas recientes, en torno a la mitad de los encuestados estaba en situación de desempleo. Un tercio se veía obligado a sacrificar alguna comida. Una de cada diez personas se prostituía para sobrevivir. Según un estudio llevado a cabo por TransWave en el año 2020, la mitad de los participantes en la investigación había sido víctima de violencia física el año anterior, y un 20 % incluso confesó haber sufrido abusos sexuales. Más del 80 % señaló haber sido objeto de un fuerte acoso verbal.

«Las necesidades van más allá del VIH y la atención sanitaria. Existen otros factores que también impiden que la gente esté segura, se pueda adherir al tratamiento y pueda continuar siendo seronegativa. Hemos de tener en cuenta a toda la persona, todas sus parcelas y no solo una», señala Denise Chevannes-Vogel, responsable en materia de VIH y sida de la Oficina subregional para el Caribe del UNFPA.

«Valoramos muchísimo el hecho de que fuimos capaces de reunir a toda la comunidad para hablar sobre todas esas necesidades que van más allá del VIH», apunta la Sra. Green.

El equipo de TransWave se ocupó de liderar la evaluación de las necesidades de la comunidad. Esta comunidad tiene algunas peticiones únicas, como la terapia hormonal sustitutiva o la cirugía de reasignación de sexo. Otras, sin embargo, son comunes a las de toda la población. Las personas transgénero también quieren acceder a la atención sanitaria, a una vivienda, al sistema educativo y a un empleo. Asimismo, quieren verse representadas en esos espacios de la sociedad civil en los que muchos reciben atenciones y apoyos.

«No conseguiremos ninguno de los objetivos relacionados con el sida si no damos prioridad a la salud, entendida globalmente, de las personas transgénero. A día de hoy la gente está muriendo como consecuencia de la violencia, la vida en la calle y la falta de empleo y oportunidades. Hasta aquellas nociones básicas respecto a la prevención del VIH que la mayoría de la gente adquiere en un entorno educativo formal quedan fuera del alcance de la población transgénero cuando, debido al acoso sufrido, es obligada a abandonar su formación. De este modo, el objetivo de este proceso no era sino reflexionar sobre los indicadores de impacto. ¿De qué manera podrían vivir más y mejor?», cuestiona Ruben Pages, asesor de ONUSIDA en Jamaica en lo referente a la movilización de la comunidad.

Pese a todo, ¿qué posibilidades de sobrevivir tiene esta estrategia integral e innovadora en un país cuya seña distintiva es su conservadurismo social? Los socios son optimistas. Por un lado, el enfoque adoptado invita a objetivos a más largo plazo, incluyéndose aquí la reforma de las leyes con relación a cuestiones como el reconocimiento de la identidad de género y la despenalización de las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Aparte de ello, la estrategia se presenta también como una guía práctica para la inclusión de la comunidad transgénero en sistemas y marcos establecidos. Con una acción orientada, se pueden lograr grandes avances en poco tiempo.

Manoela Manova, directora nacional de ONUSIDA para Jamaica, apuesta a que la estrategia ayudará a acelerar el progreso del país en su batalla contra el sida.

«Mirando hacia delante, lograremos un enfoque renovado capaz de garantizar el logro de excelentes resultados en materia de prevención, pruebas y tratamiento para todas las comunidades, especialmente para los grupos de población clave y más vulnerables», destaca la Sra. Manova. «Tenemos ante nosotros la oportunidad de mejorar, y mucho, nuestro compromiso de no dejar a nadie atrás».

«Alguien tiene que empezar»: cómo una activista transgénero haitiana inspira esperanza a través de la visibilidad

09 de noviembre de 2020

El primer centro de acogida para personas transgénero en Haití abrió sus puertas la semana pasada. Kay Trans Ayiti fue inaugurado con el corte de un lazo rojo y vítores por parte de un círculo de activistas y residentes. El grupo se fue turnando para sacarse fotos entre globos rosas y azules atados al porche que se movían de arriba abajo.

Este momento triunfal tuvo lugar durante una época difícil. Cuando le preguntaron cómo les había ido a las personas transgénero en Haití durante la COVID-19, la fundadora Yaisah Val fue rotunda. «Cuando el resto de la población tiene un catarro, la comunidad trans tiene neumonía. Imagine eso unido al hambre, la pobreza y los recursos escasos en Haití: siempre estamos al margen», dice.

En muchos aspectos, la Sra. Val no está tan excluida como las personas a las que ayuda. La primera mujer abierta y públicamente transgénero de Haití se presenta como madre de dos y esposa. Posee un título universitario en educación y psicología clínica. Era profesora y orientadora escolar antes de convertirse en movilizadora comunitaria a tiempo completo, activista y portavoz en asuntos relacionados con la identidad de género. Durante los que ella denomina sus «años ocultos», fue fácilmente aceptada como mujer.

Nacida en los Estados Unidos de América e hija de padres haitianos, tuvo la suerte de tener una familia estable, el apoyo de sus profesores y el amor incondicional de su abuela.

«Si vas a ser marica, serás el mejor marica que hay porque eres el mío», le dijo su abuela cuando aún era un niño llamado Junior.

Esto no es lo habitual. Según la Red Trans del Caribe Unido, las personas transgénero de la zona tienen muchas menos posibilidades de recibir el apoyo de su familia, terminar la educación secundaria y tener trabajo. Es más probable que terminen viviendo en la calle, se prostituyan para sobrevivir y sufran extrema violencia. Todo esto aumenta exponencialmente el riesgo de esta comunidad de infectarse por el VIH. Un estudio reciente mostró que las mujeres transgénero en Haití tenían una prevalencia del VIH del 27,6 % —14 veces más alta que la población general.

Sin embargo, a pesar de su «privilegiada» vida, el viaje de 47 años de la Sra. Val ha sido intenso.

Desde que tenía dos o tres años, ya sabía que era una niña. El control del género por parte de sus parientes fue inmediato e incesante: «Enderezad a ese niño. No le podéis dejar que crezca de esa manera». A lo siete años, fue ingresada en el Hospital Infantil de Washington por heridas en sus genitales que se había infligido ella misma. La pubertad fue «un infierno...mucha confusión y odio hacia mí misma».

Hace alrededor de 20 años, se convirtió en ella misma durante el carnaval de Haití. Se hizo trenzas en el pelo, se enfundó un vestido y se subió a un ruidoso y colorido bus tap-tap con sus amigos. Un hombre ligó con ella. La llamó guapa y le abrió la puerta. Se sintió como Cenicienta.

«Ese chico se acabó enterando y casi me mata de una paliza», recuerda la Sra. Val. «Ya seas de clase alta, de clase media o de la calle, mientras seas trans, no importa. Una vez sales del armario, desaparece todo el respeto... Solo eres eso. Esa palabra te quita toda la humanidad a ojos de la gente».

Transicionar le ofreció cierta libertad, «vivía y me veían como soy, como siempre había sido». Pero el miedo a ser agredida o excluida hizo de su identidad un estresante secreto. Sus exnovios no sabían que era transgénero hasta que salió del armario años después. Solo se reveló ante el hombre que más tarde se convertiría en su marido después de haber vivido juntos durante un año y cuando estaban a punto de casarse.

«No recomiendo que se haga eso», dice la Sra. Val una y otra vez, haciendo referencia a las personas transgénero que ocultan su identidad de género a sus parejas. «Puede ser violento. Puede ser peligroso».

En su caso, salió bien. Su pareja decidió que era la misma persona que conocía y amaba. Hace tres años, la historia se repitió cuando se lo contó a sus hijos.

«Simplemente estaba sorprendido», dijo su hijo, Cedrick. «Me impactó para bien. Me habían empezado a educar poco a poco a lo largo de los años para que entendiese lo que significaba. Desde entonces, el vínculo madre-hijo alcanzó un nuevo nivel para ambos. Llenó todas esas lagunas. Ahora todo tenía sentido, como sus historias de la infancia».

Salir del armario a sus más allegados abrió las compuertas al activismo. En 2016, la Sra. Val se convirtió en la primera persona de la historia de Haití en identificarse públicamente como persona transgénero. Ha sido una asociada clave para ONUSIDA Haití y las organizaciones de lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) de la isla. El año pasado, participó en un diálogo nacional sobre los derechos de las personas LGBTI. Junto a su esposo, empezó a acoger a personas transgénero sin hogar. Esto sentó las bases para Kay Trans Ayiti, que ahora aloja a diez personas transgénero. Se ha puesto en marcha una recaudación de fondos destinada a un programa de apoyo psicosocial, asesoramiento jurídico en materia de sustitución hormonal y formación profesional. Una de sus iniciativas de empleo es un carrito de comida. Algunos de sus residentes viven con el VIH y reciben apoyos para continuar con su tratamiento antirretroviral.

La Sra. Val sabe de primera mano lo aterrador que es acceder a los servicios de salud sexual y reproductiva como mujer transgénero. Recuerda su experiencia al ir a ginecólogo en Haití para hacerse una revisión relacionada con su vaginoplastia. El médico no entendía lo que significaba «transgénero». La visita terminó con el ginecólogo llamando a otros médicos para que la mirasen embobados.

«Era un canal de YouTube, una página de Google... cualquier cosa menos un ser humano. Estaba molesta. Estaba llorando. ¡Esa es la razón por la que las personas transgénero no acceden a la atención sanitaria! Tenemos un montón de hombres trans con problemas ginecológicos que utilizan tratamientos con hierbas en lugar de ir al médico», dice la Sra. Val.

Su grupo, Acción Comunitaria para la Integración de Mujeres Vulnerables en Haití (Action Communautaire pour l’integration des Femmes Vulnerable en Haiti o ACIFVH), está trabajando con dos clínicas de VIH para sensibilizar a los profesionales de la salud. Combatir la ignorancia y el conservadurismo es una ardua tarea. Incluso tras haber recibido sesiones educativas, algunos médicos y enfermeros han intentado imponer sus creencias religiosas a los formadores.  

«Tuve suerte de no haberme visto perjudicada por la transfobia y la discriminación», admite la Sra. Val. «Imagine si no hubiera tenido el apoyo de mi abuela, una educación y oportunidades. No habría sido la persona que ve ahora.

«Si echas una semilla en cemento, no crecerá. Ser trans no es el problema, la reacción de la gente lo es: echarlos a la calle, no dejarles trabajar, no aceptarlos en los colegios. Necesitamos tener un sitio en la sociedad. Es difícil. Llevará un tiempo. Pero alguien tiene que empezar».

Historia de dos clínicas jamaicanas durante la COVID-19

03 de noviembre de 2020

Una mujer que vive con el VIH está en el Centro de Investigación del VIH y Servicios Educativos (CHARES, por sus siglas en inglés) en Kingston, Jamaica. Normalmente se le proporcionan dosis de su medicamento antirretrovírico suficientes para tres meses. Pero esta vez no. El médico le advierte de que, desde abril, las farmacias estatales solo están suministrando dosis para un mes.

A alrededor de 20 minutos en coche, en la Clínica de Salud Integral, un cliente espera a que lo llamen. No se sienta en uno de los bancos de madera destinados a los pacientes de salud sexual, sino que encuentra un sitio cercano y escucha atentamente.

Este año, los proveedores de servicios para el VIH en Jamaica han sido puestos a prueba al hacer frente tanto a los nuevos retos provocados por la COVID-19 como a los obstáculos que plantea la prestación de servicios habitual. La directora nacional de ONUSIDA, Manoela Manova, quería comprender mejor estos problemas sobre el terreno, por lo que visitó ambos centros de tratamiento para hablar con todo el mundo, desde los asesores para el cumplimiento del tratamiento hasta los médicos.

El CHARES del Hospital Universitario de las Indias Occidentales ha constituido un modelo de prácticas óptimas para el tratamiento contra el VIH en Jamaica. Si se tiene en cuenta la totalidad de la isla, el 79 % de las personas en tratamiento suprimieron la carga vírica el año pasado. Sin embargo, en el CHARES, un sorprendente nueve de cada diez pacientes ha suprimido la carga vírica y, por tanto, se mantienen sanos y no pueden transmitir el virus.

Pero, incluso para este exitoso programa, la COVID-19 ha planteado importantes retos.

El apoyo por parte de los laboratorios se ha desviado hacia la COVID-19 y ha habido un retraso en la entrega de los resultados de las pruebas de carga vírica.

El CHARES estaba acostumbrado a dar recetas para tres meses para clientes habituales, pero, desde la COVID-19, las farmacias gestionadas por el Estado solo han proporcionado dosis para un mes. Esto es parte de la estrategia del gobierno para evitar que se agoten las existencias debido a las actuales dificultades en la cadena de distribución, pero también supone que aquellas personas que estén en tratamiento necesiten salir a por sus medicamentos más a menudo. El CHARES ha empezado a repartir a domicilio, especialmente a personas mayores, que son más reacias a aventurarse a salir, dado el nuevo riesgo del coronavirus. 

Las medidas de contención de la COVID-19 han incrementado la necesidad de apoyo a la salud mental. Las pérdidas de ingresos, el cierre de colegios y los toques de queda han impuesto una carga adicional a miles de hogares jamaicanos, incluyendo a muchas personas que viven con el VIH. Pero, cuando se refiere a los clientes al hospital principal para recibir apoyo psiquiátrico, casi nunca van por miedo a sufrir discriminación. Es más, como el hospital en el que se ubica el CHARES es un lugar de tratamiento de la COVID-19, algunos clientes han optado por no acercarse.

«Necesitamos una monitorización y una evaluación más estrechas para abordar los retos relacionados con la gestión de pacientes en este momento», dijo Racquel Brown, directora del Programa del CHARES. «En el mejor de los casos, nos gustaría contratar a alguien con la responsabilidad de analizar los datos de pacientes para tomar decisiones más estratégicas acerca de la atención y el tratamiento».  

El Centro de Salud Integral atiende a una serie de personas que viven con el VIH, además de a aquellos infectados con otras enfermedades de transmisión sexual. En este tampoco ha sido posible dar recetas para varios meses durante la COVID-19. La necesidad de apoyo nutricional de los pacientes ha sido elevada durante esta época. Algunos han tenido sus medicamentos antirretrovíricos, pero no comida con la que tomarlos.  

Pero ya había otros desafíos antes de la COVID-19. No se puede realizar el seguimiento de dos de cada cinco clientes. Hay pacientes que han facilitado direcciones equivocadas a los proveedores de servicios. Y la tasa de supresión vírica de la clínica es del 70 %, por debajo de la media nacional. Algunos pacientes abandonan el tratamiento en contra de las indicaciones de su médico.

La Sra. Manova dijo que muchos de los retos en ambas clínicas están relacionados con el autoestigma y la discriminación, que son los principales problemas a los que se enfrenta la respuesta al VIH de Jamaica. Si se tiene en cuenta la totalidad del país, solo el 43 % de todas las personas que viven con el VIH estaban recibiendo tratamiento en 2019, a pesar de la cobertura de pruebas relativamente alta de la isla.

«Antes de y durante la COVID-19, nuestros resultados se han visto minados por la vergüenza, el miedo y los prejuicios», indicó. «Para tener una respuesta de la salud pública eficaz, debemos ser prudentes y consistentes a la hora de ganarnos la confianza de las comunidades y combatir cualquier tipo de estigma y discriminación que impida a las personas acceder a la atención que necesiten».

«Pasar tiempo con estos profesionales de la salud fue inspirador y me hizo reflexionar», expresó la Sra. Manova. «Jamaica ha hecho lo correcto al considerar esenciales a los trabajadores comunitarios de la salud. Personal como los mediadores de la comunidad, los trabajadores sociales, los asesores para el cumplimiento del tratamiento y los coordinadores asistenciales es tan necesario como los médicos y los enfermeros. Su trabajo es crucial en este momento para abordar las necesidades y emociones individuales que podrían afectar a los resultados de los tratamientos».

El banco de alimentos de Guyana para el VIH sale al rescate durante la COVID-19

04 de septiembre de 2020

Para muchas familias guyanesas, la COVID-19 ha supuesto mucho más que llevar mascarilla y respetar las restricciones de movimiento.

«El efecto disruptivo que la pandemia está teniendo sobre la actividad económica ha llevado al hecho de que, sencillamente, no haya comida suficiente», explica Michel de Groulard, director regional de ONUSIDA para Guyana y Suriname.

Afortunadamente, al menos para las personas que viven con el VIH en Guyana, no ha existido esa necesidad de tener que idear una solución improvisada que les permita tener algo que llevarse a la boca. Durante casi 14 años, la secretaría del Programa nacional para la reducción del sida ha estado invirtiendo para desarrollar un banco de alimentos específico para las personas que viven con el VIH, incluyéndose aquí todas aquellas coinfectadas con tuberculosis.

El programa empezó con el apoyo del Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria (Fondo Mundial) y a día de hoy continúa recibiendo sus aportaciones. Desde el comienzo, hubo donaciones grandes y constantes por parte de la National Milling Company de Guyana. Posteriormente, a partir del año 2017, el Gobierno de Guyana y la organización benéfica Food for the Poor se convirtieron en los principales donantes. Cabe destacar que, con el paso de los años, el banco de alimentos ha ido recibiendo cada vez más aportaciones procedentes del sector privado. Solo en 2019, hubo más de veinte colaboradores corporativos.

La gente llega remitida por los equipos sanitarios que atienden a las personas que viven con el VIH. Se les garantiza el suministro de alimentos durante un periodo inicial de seis meses, tras el cual se revalúa la situación de cada persona. En ese tiempo intermedio, se cuenta con el apoyo del Ministerio de Protección Social y la agencia Recruitment and Manpower Agency. El objetivo es poder ofrecerles, asimismo, un puesto de trabajo y prestarles otro tipo de ayuda social.

Rhonda Moore trabajó como médico especialista en VIH durante seis años en tres regiones diferentes antes de asumir el mando del Programa nacional para la reducción del sida. Ella misma ha podido comprobar en primera persona cómo el hecho de estar alimentados cambia la situación para personas y familias que se encuentran al límite. Cuando la gran preocupación de las personas es saber si ese día podrán comer algo, su atención y cuidado respecto al tratamiento disminuye.

«La inseguridad alimentaria genera un círculo vicioso», apunta. «Para las personas que viven con el VIH, el llevar una dieta sana y equilibrada es tan importante para controlar la enfermedad como el tratamiento. El hecho de tener el estómago vacío un día sí y otro también afecta física y mentalmente. La adherencia en esos casos se torna un problema, y el impacto de la salud mental también mina el sistema inmunitario».

En el contexto de la COVID-19, el banco de alimentos ha hecho extensible su ayuda también a los miembros de los grupos de población clave que son seronegativos. El Programa nacional para la reducción del sida está colaborando con las organizaciones de la comunidad para frenar la propagación del virus proporcionando información sobre la COVID-19, además de sobre los servicios de prevención y pruebas del VIH.

Hasta la fecha, se han distribuido más de 2700 lotes de alimentos y productos de higiene. Para evitar que las personas tengan que desplazarse hasta el banco de alimentos, los lotes se están distribuyendo a partir de los centros de tratamiento en los diferentes distritos. Se lanzó una invitación a todas las personas diagnosticadas que no habían empezado o continuado su terapia antirretrovírica, para que se acercaran a los centros de tratamiento más próximos y recogieran allí tanto sus medicamentos para el VIH como alimentos, dos elementos básicos para sobrevivir a la COVID-19.

En el año 2019, Guyana se convirtió en el primer país del Caribe que introdujo directrices nacionales para abordar el hambre y el VIH. La estrategia respalda la labor de los proveedores de salud, los legisladores, los trabajadores sociales y otros interesados en la respuesta al VIH a la hora de preocuparse por los cuidados relativos a la nutrición y por satisfacer otras de las necesidades de las personas que viven con el VIH en situaciones diversas. En una respuesta a la epidemia a menudo dominada por la preocupación respecto al tratamiento, Guyana se ha mostrado proactiva para ocuparse del desafío de la inseguridad alimentaria al que muchas personas que viven con el VIH se enfrentan de manera habitual o, como en el caso de la COVID-19, de forma excepcional.

«El tratamiento del VIH fallará si la gente no tiene alimentos, comida saludable. El que Guyana haya sido capaz de responder de forma inmediata para plantarle cara a los desafíos de la seguridad alimentaria y, de esa forma, proteger el bienestar de las personas que viven con el VIH desde el mismísimo comienzo de la crisis humanitaria demuestra el gran valor que tiene invertir en un apoyo psicosocial que, como se observa, forma parte de nuestro programa de tratamiento habitual», destaca el Sr. De Groulard. «Hace a los países y a las comunidades más resilientes, más ágiles. Las prepara mejor para responder ante una crisis».

Movilización para ayudar a las trabajadoras sexuales transgénero en Guyana y Suriname durante la crisis de la COVID-19

02 de junio de 2020

Twinkle Paule es una activista transgénero que emigró de Guyana a los Estados Unidos de América hace dos años. Cuando la crisis por la COVID-19 empezó a agravarse más y más, no pudo evitar pensar en sus «hermanas» allí en su país y en la cercana región de Suriname. Para muchas de ellas, el trabajo sexual era su única opción para sobrevivir.  Sabía que el toque de queda las privaría de sus ingresos. Y le preocupaba que alguna se metiera en problemas legales si se veía forzada a trabajar por la noche.

Tras contactar con personas de allí, sus peores sospechas se confirmaron. Hizo una donación personal, pero era más que consciente de que aquella cantidad no era suficiente.

«Yo misma vine de esas calles, sabía que teníamos que movilizarnos para cuidar de nuestra comunidad. Conocía más que de sobra lo que era estar en casa y deberle dinero al casero, y que te desalojen por no poder pagar el alquiler», relata la Srta. Paule.

Colaboró con las activistas neoyorquinas Cora Colt y Ceyenne Doroshow, fundadoras de Gais y lesbianas en una sociedad transgénero (GLITS Inc), para lanzar la campaña de GoFundMe . Desde que la dieran a conocer el pasado 12 de mayo, ya han recaudado el dinero suficiente como para cubrir las ayudas al alquiler durante un mes de seis trabajadoras sexuales transgénero. Dicha cantidad se ha enviado a Guyana Trans United (GTU, por sus siglas en inglés), la organización para la que trabajó como educadora de iguales cuando en el año 2015 abandonó el trabajo sexual.

El hecho de que ahora pueda utilizar su posición de influencia para movilizar la ayuda de emergencia supone ya de por sí un éxito increíble. Cuando emigró, se halló a sí misma al borde del suicidio. Se sentía abrumada por el peso emocional de la exclusión y la injusticia.

Tras obtener una respuesta favorable a su petición de asilo, ahora es estudiante de comunicación a tiempo completo en el Borough of Manhattan Community College. Terminó la educación secundaria el año pasado, algo que no había sido capaz de hacer en Guyana. Mientras estudiaba, trabajó como oficial de proyección exterior para GMHC (Gay Men's Health Crisis, el centro para la crisis de salud de los hombres gais).

Adoptó a la perfección un papel defensor, al dirigirse el año pasado al ayuntamiento de la ciudad para que abolieran el artículo 240.37 del Código Penal del Estado de Nueva York, una ley que se utilizaba para ir en contra de las mujeres transgénero. Rápidamente se dio cuenta de que formaba parte de la misma tradición que las leyes del vagabundeo de las que ella misma había sido víctima en Guyana y contra las que después había luchado.

La Srta. Paule sabía bien todo lo que habían cambiado sus expectativas de vida gracias a la emigración.

«Se ve bien lo distinto que es todo cuando alguien tiene la oportunidad y las herramientas necesarias para tomar otras decisiones en su vida. Yo me di cuenta de que lo que a mí me faltaba eran los recursos y la capacidad de adentrarme en un entorno sin tener que preocuparme por la discriminación y la violencia. No digo que aquí todo sea perfecto, pero en mi día a día no me enfrento al mismo nivel de injusticia. Pude acceder a un tratamiento hormonal. Y, para mí, lo más importante es que conseguí volver al colegio», reflexiona en voz alta.

Su madre falleció cuando era tan solo una niña, su padre se marchó con una nueva familia y a ella la criaron unos familiares. Nunca hubo dinero suficiente para su educación. Algunos fines de semana limpiaba en una iglesia para ganar algo de dinero.

Sin embargo, la pobreza no era el único desafío al que se enfrentaba. Recuerda que, desde muy pequeña, se sentía diferente. No sabía ponerle un nombre a lo que sentía, pero instintivamente sabía que no sería aceptada. En el colegio se esforzaba por pasar desapercibida. Un día su corazón estuvo a punto de hacerse pedazos cuando un compañero dijo que parecía un antihombre, un término peyorativo del guyanés para referirse a los hombres gais.

Durante años escuchó una y otra vez a los adultos de su familia decir que, si resultaba ser gay, deberían echarla de casa; y así fue a los 16 años. Un pariente la vio «bailar como una chica» en una fiesta y se quedó sin hogar al que volver.

La Srta. Paule buscó refugio junto a otras mujeres transgénero y, como ellas, recurrió al trabajo sexual para sobrevivir. El creciente movimiento regional para abordar las necesidades de las comunidades vulnerables y marginadas ejerció un enorme impacto en su vida. Gracias a la recién formada Guyana Sex Work Coalition (coalición para el trabajo sexual en Guyana), aprendió a mantener sexo seguro y logró acceder a los productos necesarios para mantener relaciones sexuales seguras. Cuando algunas de sus compañeras empezaron a asistir a encuentros y congresos, descubrieron que sí había una palabra para definir lo que sentían. No eran antihombres: eran transgénero.

A pesar de ello, la vida en la calle era brutal. Si eran asaltadas o violadas, no podían denunciar el delito.

«La policía directamente te dirá: “¿Para qué vienes aquí si sabes de sobra que la prostitución y la sodomía van contra la ley?”», rememora.

Cuenta que, incluso, en alguna ocasión despiadados agentes de policía las amenazaban con extorsionarles y quedarse con todo su dinero.

Una vez, la policía la encerró a ella y a otras mujeres transgénero junto a hombres en la comisaría, y les tiraron preservativos a la celda, una luz verde para los otros detenidos. Por aquel entonces era solo una adolescente.

Otro día acompañó a una amiga a la comisaría para denunciar un caso de violencia doméstica. Y entonces, fue el policía quien le espetó a ella: «Tú estás implicada en un delito de sodomía y te encerraré por ello».

En 2014, un grupo de transexuales fue arrestado por dedicarse al trabajo sexual en Suriname. Entre otras humillaciones, tuvieron que soportar cómo un guarda de la prisión las obligaba a desnudarse y ponerse de cuclillas fuera de la celda, en presencia de los demás detenidos.

Hace siete años, una de sus amigas fue asesinada y su cuerpo fue arrojado detrás de una iglesia. No hubo investigación alguna.

Un trauma tras otro acaba pesando.

Incluso cuando no sucede nada, hay ya un temor constante. ¿Me echarán del taxi? ¿Me insultará la gente por la calle? ¿Me juzgarán por lo que llevo puesto?

«Las chicas se lo toman como que lo que les sucede es culpa suya», relata la Srta. Paule. «Incluso yo misma he sentido en ocasiones que la gente tenía derecho a hacerme cosas porque yo no me comportaba según las normas sociales».

Aun cuando se adentró en el mundo de la defensa de los derechos, no lo acababa de ver del todo. Intentó suicidarse una vez y comenzó a beber y fumar antes de empezar a trabajar. Hace dos años se desmoronó, pero ahora se moviliza en servicio de la comunidad.

La Srta. Paule valora sobremanera el trabajo de organizaciones como la Sociedad contra la discriminación por la orientación sexual y la GTU, ya que considera que, gracias a ella, se ha avanzado en el diálogo en torno a la inclusión en Guyana.

«Lo que todavía falta es mayor seguridad y equidad para la comunidad», insiste. «Necesitamos una respuesta estatal que diga: “Se ha de cuidar de estas personas”. La comunidad transgénero no tiene trabajo, sufrimos acoso desde la etapa escolar y somos víctimas de la brutalidad policial. Todo eso está mal. Necesitamos ya mismo una acción sólida y robusta por parte de nuestros representantes políticos».

Nuestra acción

COVID-19 y VIH

Las organizaciones de la comunidad caribeña llaman a la acción decisiva para poner fin a los abusos homófobos y al ciberacoso

29 de mayo de 2020

Ulysease Roca Terry fue un diseñador de moda gay beliceño que vivió con el VIH. Acababa de perder a su madre  y batallaba contra una fuerte depresión. Aunque entonces aún no había pandemia, se atravesaba un momento complicado.

Fue arrestado en abril por incumplir las leyes que imponían el toque de queda por la crisis de la COVID-19. Estando bajo custodia policial, fue víctima de ataques homófobos y acoso por parte de un agente de la policía. Incluso en las redes sociales se colgó un vídeo de los abusos. Denunció, además, que, mientras estuvo detenido, fue agredido físicamente. Días más tarde murió.

Este mes en las Bahamas estuvo circulando por las redes sociales un vídeo en el que se veía cómo una mujer disconforme con el género era golpeada por tres hombres que, a la vez, le arrojaban insultos homófobos. Uno de los hombres le rompió un trozo de madera en la cabeza. Los otros la abofetearon y le dieron puñetazos. Cuando el vídeo circuló online, algunos se burlaron de la víctima.

Mientras los países del Caribe centran sus esfuerzos en combatir la COVID-19, las organizaciones de la comunidad han alzado sus voces contra los abusos emocionales, físicos y verbales que forman parte de la vida en la región de muchas personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI). Asimismo, han hecho saltar las alarmas y han avisado de que esta crueldad cada vez es más habitual online.

Caleb Orozco, del Movimiento Belice Unido para la Promoción y Defensa (UNIBAM, por sus siglas en inglés), habló sobre el caso del Sr. Roca Terry con una mezcla de dolor y rebeldía. El Sr. Orozco está  muy habituado a las batallas duras. Fue el litigante que, con gran éxito, en 2016 desafió la ley de Belice que prohibía el sexo consensuado entre personas del mismo sexo.  

«La policía no puede erosionar la confianza de la población en su papel como garantes del cumplimiento de la ley demostrando desprecio por la dignidad y los derechos de las personas que forman parte de los grupos más vulnerables: las personas con problemas de salud mental, quienes viven con el VIH y los individuos con distinta orientación sexual», manifestó el Sr. Orozco. «Es responsabilidad de la policía imponer y hacer cumplir el toque de queda de una manera que sea razonable. El burlarse de la gente no ayuda a construir esa confianza pública en la policía como garante y protectora de los ciudadanos de a pie».

UNIBAM solicita una investigación transparente. Pide que se revise el informe de la autopsia y solicita que se tomen medidas para mejorar el trato que la policía da a los miembros de las comunidades vulnerables y marginadas, sobre todo en el contexto de las restricciones por la COVID-19.

En Belice se ha abierto un debate en torno a una Ley de igualdad de oportunidades. De acuerdo con una encuesta de opinión pública llevada a cabo por ONUSIDA en el año 2013, Belice se sitúa entre los países caribeños más tolerantes. Un 75 % de los participantes estaba de acuerdo en que las personas no deberían ser tratadas de forma diferente por su orientación sexual. Este incidente recuerda que, a pesar de los avances conseguidos en el campo de las actitudes sociales y la ley, hay aún por delante grandes desafíos relacionados con los prejuicios y el abuso de poder.

La Organización de las Bahamas para las cuestiones relacionadas con la comunidad LGBTI ha considerado que el ataque que circula por las redes sociales es un delito de odio y que, por consiguiente, se ha de perseguir a los culpables.

«En todo el mundo, este tipo de delitos de odio (el tener como blanco a una persona y tratarla con violencia extrema por ser quien es)  es considerado uno de los modos de comportamiento humano más condenables que se puedan imaginar», declara Rights Bahamas.

Alexus D’Marco, directora ejecutiva de la Organización de las Bahamas para las cuestiones relacionadas con la comunidad LGBTI, insiste en la necesidad de un diálogo y una acción mayores para abordar las actitudes sociales.

«¿Qué dice de nosotros como pueblo el que tantos consideren este comportamiento fuente de humor y diversión? ¿Qué vamos a pensar cuando muchas de las culpables son mujeres que deberían ponerse en pie juntas en señal de solidaridad para oponerse al sinfín de injusticias de las que todas son víctimas como miembros de un género oprimido en esta sociedad?», se plantea la Sra. D’Marco.

Las Bahamas son el único país del Caribe que, mediante una ley del parlamento, ha descriminalizado el sexo consentido entre adultos del mismo sexo. Sin embargo, aún queda mucho por hacer para que las actitudes sociales vayan en consonancia con la ley. Los defensores insisten en que la legislación referente a los delitos de odio se debe aplicar y hacer cumplir de inmediato.

Tanto en las Bahamas como en Belice, las entidades estatales se han unido a la sociedad civil para denunciar los ataques. La Comisión nacional del sida, la oficina del Enviado especial para mujeres y niños y el Ministerio de Desarrollo Humano, Transformación Social y Alivio de la Pobreza han pedido también que el caso del Sr. Roca Terry sea investigado en profundidad. En las Bahamas, el Ministerio de Servicios Sociales y Desarrollo Urbano ha solicitado el enjuiciamiento rápido por parte del Gobierno y la sociedad de los casos de violencia de género como señal de la tolerancia cero.

«Aparte de seguir adelante con la reforma legislativa y los programas para los grupos de población clave, debemos continuar insistiendo en el diálogo social y el orden público, para crear sociedades caribeñas más pacíficas e inclusivas en el Caribe», señaló James Guwani, director de ONUSIDA para el Caribe.  

Recordando el liderazgo de Charlot Jeudy

03 de diciembre de 2019

Charlot Jeudy, presidente de Kouraj, la organización haitiana de las comunidades de personas lesbianas, gais, bisexuales y transgénero (LGBT), fue hallado muerto en su domicilio el pasado mes de noviembre. Todavía se están investigando las causas de su muerte. ONUSIDA recuerda al Sr. Jeudy como un intrépido y audaz defensor de los derechos humanos.

Tras el devastador terremoto que asoló el país en 2010, todos los vecinos de Haití trabajaron para superar la pérdida de sus hogares, sus negocios, los servicios públicos y más de 100 000 vidas. Sin embargo, en medio del trauma y de la determinación compartidos, tuvo lugar un episodio muy dañino.

Algunas personas empezaron a culpar a los masisi, un término despectivo del criollo haitiano para referirse a los hombres gais. Consideraban que el desastre había sido un castigo divino por los pecados de la comunidad LGBT. Los miembros de minorías sexuales y de género se convirtieron de pronto en sujetos sobre los que recaía una enorme exclusión y un gran abuso. Las organizaciones de derechos humanos documentaron casos de personas LGBT a las que se había negado el acceso a las viviendas de emergencia, la comida, la atención sanitaria y el trabajo. Hubo incluso denuncias de ataques físicos y violaciones homofóbicas.

Lejos de aceptar la situación, Charlot Jeudy decidió actuar. Fundó Kouraj, que en criollo haitiano significa valor. En su lucha por lograr la igualdad de derechos, Kouraj destacó la importancia de la capacitación de la comunidad y se fijó como objetivo inspirar orgullo y amor entre la comunidad LGBT.

«Queremos lanzar un discurso alternativo con relación a la homosexualidad en Haití porque, durante mucho tiempo, los homófobos han debatido con relación a nuestra realidad y han propuesto su propia interpretación», explicó el Sr. Jeudy en 2011.

Durante los ocho años posteriores, Kouraj evolucionó para ofrecerle a la comunidad servicios formativos, legales y psicosociales, así como educación sanitaria. Se convirtió en uno de los mayores defensores de Haití para acabar con la discriminación contra las personas LGBT y desempeñó un papel clave a la hora de resistirse a la introducción de las leyes discriminatorias.

Sin duda, el nombre de la organización había sido todo un acierto. Sus miembros se han enfrentado a agresiones verbales y amenazas de muerte. Hace tres años, tras numerosas amenazas de violencia, se tuvo que cancelar un festival para celebrar la comunidad LGBT afrocaribeña. Según algunos de sus amigos, el Sr. Jeudy hizo oídos sordos a sus súplicas de dejar el país en su momento. Además, en respuesta a un repunte detectado en las denuncias por violencia callejera contra la comunidad LGBT el año pasado, trabajó con las Naciones Unidas en un proyecto para promover la tolerancia y la igualdad de derechos.

John Waters, director del programa de la Coalición Caribeña de Comunidades Vulnerables, rindió homenaje al liderazgo del Sr. Jeudy.

«Vi a Charlot Jeudy crecer. Pasó de ser un activista joven, impaciente y vehemente a convertirse en un líder estratégico y capaz de usar los derechos humanos no como espada, sino como escudo», recordó el Sr. Waters. «Conquistó los corazones y las mentes de los

demás para crear aliados. El Sr. Jeudy ha dejado una enorme brecha en el trabajo por los derechos humanos en el Caribe. Puso el listón muy alto para aquellos que hoy tienen que seguir sus pasos».

El Sr. Jeudy fue también un representante activo de la sociedad civil que formó parte del cuerpo que supervisa la gestión de la respuesta haitiana al VIH, la tuberculosis y la malaria.

«Bajo el liderazgo de Charlot Jeudy, Kouraj se convirtió en un socio modélico», dijo Fritz Moise, director ejecutivo de la fundación Reproductive Health and Family Education. «Su muerte ha supuesto una enorme pérdida para la respuesta al VIH en Haití».

ONUSIDA ha sumado su voz a las muestras de dolor y honró también el liderazgo del Sr. Jeudy.

«Charlot Jeudy ejemplificó a la perfección el poder de las comunidades para ser la voz de aquellos sin voz, y para lograr un cambio significativo en las vidas de las personas», afirmó Mama Awa Faye, directora nacional de ONUSIDA para Haití. «Este año en el Día Mundial del Sida celebramos el poder de las comunidades para marcar la diferencia. El Sr. Jeudy hizo justo eso».

Jamaica y sus esfuerzos por acabar con el estigma y la discriminación relacionados con el VIH

19 de noviembre de 2019

Rachel Allen (nombre ficticio), residente en Kingston, Jamaica, estaba empezando a asumir su estado serológico positivo y tratando de seguir adelante con su vida. En su cabeza estaba la idea de estudiar enfermería, pero se sintió horrorizada al enterarse de que, como parte del proceso de entrada, tenía que someterse a una prueba del VIH.

Jane Williams y Paul Brown (nombres ficticios) estaban enamorados y soñaban con formar una familia. Sin embargo, en cuanto los trabajadores sanitarios supieron que la Sra. Williams vivía con el VIH, mostraron su desacuerdo. Una enfermera llegó a decirle que no debería tener hijos debido a su estado serológico. Hasta un médico la llamó «malvada».

En ambos casos se trata de experiencias demasiado comunes entre las personas que viven con el VIH, explica Jumoke Patrick, director ejecutivo de la Red jamaicana de seropositivos. Esta organización nació en 2005 como un mecanismo a través del cual las personas que viven con el VIH pudieran denunciar las violaciones de sus derechos. Actualmente el país cuenta con un sistema jamaicano antidiscriminación (JADS, por sus siglas en inglés) que permite denunciar de manera formal los incidentes y facilita también el resarcimiento judicial por ellos.

Para el Sr. Patrick, se trata de un servicio esencial. En su opinión, el proporcionar un canal para que la gente pueda identificar el estigma y la discriminación supone un primer paso para permitir a las personas que viven con el VIH acceder a los servicios y disfrutar de una vida plena y productiva.

«El hecho de que las personas no estén accediendo a los servicios tiene mucho que ver con el estigma y la discriminación», afirma con rotundidad. «Por eso hemos experimentado ese descenso en el acceso a los servicios. El estigma y la discriminación son la principal causa por la que no estamos donde deberíamos estar con relación a la adherencia de las personas al tratamiento. Necesito tener la certeza de que, cuando te confiese mi estado serológico, no lo utilizarás en mi contra».

La gente que ha sido víctima de prejuicios en los sistemas sanitarios, educativos y laborales puede denunciarlos al responsable de compensación de la JADS. A menudo los clientes son referidos a un mediador de la comunidad en su región sanitaria, a otras organizaciones de la sociedad civil o al servicio para las quejas de clientes de que disponga el ministerio de salud. Los denunciantes han de rellenar un formulario y después son entrevistados por uno de los cuatro responsables de compensación del distrito. Un jurado se encarga de revisar cada caso y hace las recomendaciones precisas con relación a la investigación. La representación y la confidencialidad son la clave. Algunas personas optan por no seguir adelante con su queja, pero quienes sí deciden recorrer el camino pueden contar con la ayuda de un abogado.

«Si quieres enmendar, has de presentar una reclamación, y no tienes que hacerlo solo», apunta Nidine Lawrence, una de las responsables de JADS. «Todo es muy distinto cuando te sientes capacitado. En ese momento eres capaz de volver a sentirte parte de la sociedad y seguir una vida positiva».

La mayoría de los casos tienen que ver con el tratamiento recibido en los entornos de atención sanitaria, la violación de la confidencialidad y los abusos en el lugar de trabajo. La Sra. Lawrence ha llevado el caso de clientes cuyos compañeros de trabajo habían revelado su estado serológico positivo a sus jefes. Otros han visto cómo trabajadores sanitarios de su comunidad habían dado a conocer su estado.

¿Qué le diría a alguien que ha sufrido una injusticia y que, aun así, se muestra reacio a denunciar? «Nuestra organización existe para que las personas que viven con el VIH puedan sentirse con mayor capacidad y poder. Firmamos un acuerdo de confidencialidad. Confía en el sistema», insiste. «Confía, porque sí funciona».

Para la Sra. Allen funcionó. Los responsables de JADS se pusieron en contacto con el ministerio de salud para poner en entredicho la necesidad de someterse a una prueba del VIH para acceder a la escuela de enfermería. Lograron que interviniera el departamento legal del ministerio, el cual envió una carta a la escuela para recordarle que dicha política era ilegal. La junta de la escuela acabó eliminando ese requisito para acceder al centro.

El sistema también funcionó en el caso de la Sra. Williams y el Sr. Brown, quienes recibieron unas disculpas por escrito. Además, y tras su denuncia, se puso en marcha un programa de formación dirigido al personal sanitario para trabajar en lo concerniente a los derechos de salud sexual y reproductiva de las personas que viven con el VIH.

Haciendo frente al vínculo entre el VIH y la violencia de género en Jamaica

07 de noviembre de 2019

Monique McDonald es una educadora inter pares de VIH que cuenta la historia de su infancia con un coraje inquebrantable. "Cuando tenía 12 años mi tío abusó de mi sexualmente y contraje el VIH".

La Sra. McDonald ha escrito sobre sus experiencias en un libro titulado Ahora soy libre. Utilizo las anotaciones en su antiguo diario para describir el abuso que sufrió cuando era niña y su viaje hacia la recuperación. A día de hoy, apoya a las mujeres jóvenes que viven con el VIH, ayudándolas a aceptar su estado y aconsejándoles que se adhieran al tratamiento. También fundó el Fondo Ashley para ayudar a otras sobrevivientes de abuso sexual a continuar con su educación.

Admite que ha sido un largo camino.

«Estaba tan deprimida que no sabía en quién confiar», recuerda. «¿Cómo pudo suceder esto y que todos hiciesen oídos sordos?»

Rushell Gray reflexiona sobre su pasado con una mezcla a partes iguales de tristeza e incredulidad.  

«Cuando era niña, todos hicieron la vista gorda y me culparon a mí. Era la niña con sida de la comunidad. Nadie dijo: «este hombre necesita ir a la cárcel». Llegó un momento en que casi me di por vencida porque el estrés era demasiado intenso», dijo.  

La Sra. Gray ahora trabaja como Mentor Mom. El programa Mentor Mom recluta a madres jóvenes que viven con el VIH para compartir sus experiencias y ayudar a otras jóvenes a enfrentar situaciones similares. Las Mentor Moms responden preguntas y ofrecen consuelo, acompañan a las mujeres y niñas jóvenes en sus visitas al médico y refuerzan la orientación clínica sobre la importancia de tomar medicamentos de forma regular.  

Tanto la Sra. McDonald como la Sra. Gray son empleadas y anteriores clientes de Eve for Life, una organización no gubernamental de Jamaica que ayuda a prevenir nuevas infecciones por el VIH y a mejorar la calidad de vida de las mujeres y los niños que viven o están afectados por el VIH. Los clientes se benefician de grupos de apoyo, atención psicológica y programas de empoderamiento.  

Joy Crawford y Patricia Watson fundaron Eve for Life hace 11 años. Al apoyar a mujeres jóvenes y niñas afectadas por el VIH, no tardaron mucho en darse cuenta del claro vínculo entre la infección por el VIH, el embarazo adolescente y el abuso sexual infantil. Según el Análisis de la situación de los niños jamaicanos, un informe de 2018 del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), más del 21% de las adolescentes en Jamaica declaró haber sufrido violencia sexual.  

Como proveedor permanente de servicios de apoyo técnico y fomento de las capacidades en torno a la sostenibilidad para Eve for Life, UNICEF está interesado no solo en respaldar a las niñas, sino también en abordar las normas culturales que las hacen vulnerables.  

«Existe esta creencia generalizada de que los hombres adultos pueden tomar el cuerpo de una niña si ellos forman parte de su vida, apoyan a su familia o algo así», explica Novia Condell, especialista en salud y empoderamiento de adolescentes de UNICEF Jamaica. «Por supuesto, la niña no tiene poder para negociar ningún tipo de protección en una situación en la que ha sido abusada o explotada».

Entre las prioridades del programa de UNICEF se encuentra el apoyo a la participación comunitaria necesaria para cambiar las actitudes en torno al abuso sexual infantil. Eve for Life encabeza la campaña Nuh Guh Deh (no vayas por ahí), cuyo objetivo es acabar con el abuso sexual. Para transmitir el mensaje, utilizan estrategias complementarias que van desde reuniones comunitarias hasta videos musicales.

La delegación nacional de ONUSIDA en Jamaica también brinda apoyo técnico a Eve for Life y ayuda a la organización a crear asociaciones para la movilización de recursos. La oficina subregional de ONUSIDA en el Caribe también trabaja con Eve for Life en la creación de espacios seguros para jóvenes sobrevivientes y líderes para crear conciencia sobre el vínculo entre la violencia de género y el VIH.

También se enfoca en satisfacer las necesidades básicas de las mujeres jóvenes, incluyendo alimentos, ropa y atención médica. Pero más allá de estos servicios, la labor continúa proporcionando a las adolescentes y mujeres jóvenes que viven con el VIH un nivel más profundo de apoyo emocional y orientación.   

«El Ministerio de Salud de Jamaica ha encontrado un socio fuerte en Eve for Life, uno que se centra en la resistencia y el desarrollo competencias esenciales para la vida. Consiguen que las niñas recuperen el control de sus vidas para que así puedan mejorar su situación y la de sus hijos», dice la Sra. Condell.

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